UNA DE MUCHAS EN EL TRABAJO DE SER MAMÁ

 




Poco después del mediodía, con ansias de comenzar el fin de semana, fui testigo de un momento por el que muchas madres han pasado en más de una vez, en público. Me subí a un microbús color amarillo, la cual corresponde a la línea “Q”, con dirección a Quillacollo. Cosas del destino o porque simplemente era el único asiento libre, me acomodé en el asiento del pasillo de la tercera fila del vehículo. A mi lado izquierdo, pasando el pasillo, se encontraba una mujer de aproximadamente 25 años de edad. Delgada con tono de piel canela, el cabello oscuro sujetado como una cola de caballo y usaba una sudadera rosada con la figura de patricio estrella en el centro. La mujer estaba sentada junto a una señora poco mayor que ella, y tenía sentada a su hija encima de sus piernas. La niña de unos 4 años de edad con el cabello atado en una media coleta y oscuro como el de su madre, usaba un suéter de lana color salmón que hacía resaltar su piel morena. Se encontraba tranquila tomando un pilfrut sabor durazno.

El microbús había avanzado cerca de dos kilómetros. El ambiente en él era normal, muchas personas se veían cansados, como si hubieran trabajado diez horas seguidas, y apenas eran como las 1 pm. Algunos reflejaban en su rostro preocupación. Y otros escuchando música a través de sus audífonos, tenían la mirada absorto en el pasar de los autos, calles y edificios.

Después de un recorrido de casi tres kilómetros, la pequeña se empezaba a mostrar inquieta, se movía de un lado a otro sobre las piernas de su mamá y ya no quería estar sentada. Procedió a deslizarse por las piernas de su mamá hasta llegar al piso.

Al principio, la joven mamá no le puso mucha atención, ya que mantenía una conversación muy amigable con la señora sentada al lado izquierdo de ella. Pero aquella conversación fue interrumpida, cuando su hija se empezó a escabullir e igual a un ratón se metió por debajo de los asientos del microbús. La madre, inmediatamente la sostuvo de los brazos y tenía la intención de volver a sentarla sobre sus piernas, pero fracasó. La niña estiraba sus piernas negándose a doblar sus rodillas. Mientras que la joven mamá la sostenía de los brazos, al igual que una marioneta trataba de hacerla parar, pero cada intento era fallido. La pequeña se empezaba a quejar con gritos y se negaba rotundamente a sentarse. Sin embargo, la mamá no se daba por vencida.

Poco a poco los quejidos de la niña crecían y crecían hasta llegar a un punto donde rompió en llanto interminable. La pequeña empezó a gritar, a tirarse por completo en el piso y ahí pataleaba una y otra vez. Cuando su mamá la levantaba y la intentaba poner sobre sus piernas, lloraba y gritaba con más fuerza. Arqueaba su espalda como la niña del exorcista. Sus gritos agudos, manifestaban una combinación entre dolor e ira, y su llanto daba la impresión de que algo la estaba lastimando, actuando a modo de que dentro de ella hubiera una llama de fuego.

Un par de señoras, una pelirroja y la otra morena, se acercaron para tratar de ayudar a la joven mamá. La intención de ambas era ayudar a la madre a calmar a su hija. Una de ellas le empezó a ofrecer dulces, a cambio de que se calmara. Pero la niña los agarraba y luego los lanzaba sin importar a donde o a quién llegara.

—¿Ella es tu hijita? Le pregunto la pelirroja a la mamá  

Y la mujer solo asentó con la cabeza.

—Señora calle a su hija o revísela tal vez le esté doliendo algo. Era el comentario que se escuchó del fondo del microbús.

Nadie más se atrevió a decir algo. Aunque muchas personas, sobre todo los hombres, sacaban sus auriculares y se los colocaban, mostrando un gesto de incomodidad y pena en algunos otros rostros, hacia la mamá por no saber qué hacer ante ese tipo de situaciones. Si la mamá le hubiera gritado a la niña, como regañarla, lo más probable es que la pequeña hubiera duplicado su berrinche. O si la mamá hubiera reaccionado con violencia, lo más probable es que habría sido abucheada y criticada por varias personas del microbús. Pero la joven mamá apenas decía una que otra palabra:

—Por favor hija basta. Ya vamos a llegar a la casa.

Se le veía un gesto de frustración e impotencia. Sus mejillas se empezaron a tornar color rojo. Desde su frente empezaron a caer gotas de vergüenza. De un momento a otro, sus ojos empezaron a brillar por las lágrimas que se apoderaron de su mirada, y ante tal berrinche era lógico sentirse un tanto vulnerable.

Cuando el microbús paró en un semáforo de Colcapirhua, la mamá al sentirse incómoda y juzgada ante la mirada de muchas de los pasajeros, agarró sus cosas, levantó a su hija del piso, y como un viento rabión, se escabulló del vehículo.

Por un momento, creí que las personas del microbús comenzarían a hablar en contra de la mamá. Pero no fue así. Solo las dos señoras que intentaron ayudarla, suspiraron:

—Ojalá haya podido calmar a su pequeña, dijo una.

—Ayy¡ espero que si comadre, respondió la otra.

El único camino que la madre encontró, fue tragar su aflicción, huir y ponerle fin a ese momento tan vergonzoso por el que acababa de pasar. 


NATALY DALBA FLORES QUILO

ESTUDIANTE DE COMUNICACIÓN Y MEDIOS DIGITALES

 

 

 

Comentarios